Apasionada por las superficies, por indagar en lo que muestran y ocultan, los líquidos son parte de una fascinación que la artista visual Amanda Bouchenoire vive y persigue: la tensión de su aparente calma, cómo (nos) reflejan y (nos) contrastan, cómo fluyen, su incomprensibilidad, nos hablan de la fugacidad de este mundo líquido que habitamos.
Cada año, desde hace 17, Amanda nos ha compartido una exposición. Desde hace ocho, ha indagado en diversas superficies líquidas y sus posibilidades lumínicas y cambiantes. Este año nos muestra y nos sumerge en los rojos de un elixir ancestral y mítico: el vino.
De la planta descubierta por Baco en la antigua Grecia a la vid plantada tras el diluvio universal y su transmutación divina, el vino ha sido comunión, consuelo y olvido. Sobre todo el tinto, tan parecido a la sangre. Bien le canta Omar Kayyham en uno de sus famosos rubaiyat: «Toma este ánfora y bebamos, escuchando, sin inquietudes, el vasto silencio del universo».
Amanda Bouchenoire nos invita a degustar una copa, a alzarla y chocarla con la de ella para mezclar algunas gotas, como al inicio de todo buen viaje; a paladear este sueño tinto, a disfrutar su bouquet. A través de este líquido nos sumerge en su sentir y percepción: un vals entre bailarinas girando lentamente, una cascada de diamantes, un sol inédito en medio de la noche.
Tras la pandemia, en estos momentos de aparente calma en los que el vino se asienta en la copa, Amanda brinda y nos brinda esta oportunidad de unirnos a nuestros seres queridos, de derramar algunas gotas rojas en el presente para una comunión, con un toque de nostalgia y mucho optimismo por lo que nos deparan los tiempos venideros.
¡Salud por estos instantes convertidos en contemplación, por estos sueños decantados para crear imágenes!
Alexandro Roque. Junio de 2021.